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miércoles, 18 de enero de 2012

Giacchino Rossini y su pasión por la Gastronoía

GIACCHINO ROSSINI Y SU PASIÓN POR LA GASTRONOMÍA





Pésamo (Italia) ve nacer a Giacchino Rossini un 29 de febrero de 1792. Un padre trompetista aficionado transmite al pequeño la afición por la música, recorriendo diversos centros y Liceos, donde estudiará canto y contrapunto.

Sus dotes innatos para la música quedarán muy pronto reflejadas, al estrenar en Venecia, a los 18 años de edad, su ópera El Contrato Matrimonial, aunque no se trata de su primera ópera, pues, a la edad de 14 años ya había compuesto Demetrio y Polibio.

La genialidad de Rossini va quedando cada vez más patente, las óperas de la llamada época de Nápoles, donde se traslada en 1815, poseen más recursos que las anteriores y dan un mayor protagonismo al coro, llevando al compositor a sorprenderse de su propio éxito, en el estreno en 1816 de su famoso Barbero de Sevilla.

La década de los veinte traerá a Rossini muchísimos momentos felices: desde contraer matrimonio con su adorada Isabella Colbran (quien estrenará sus óperas románticas, convirtiéndose en su esposa en 1822, tras haber sido su amante) hasta conseguir el reconocimiento internacional, pasando por serle ofrecido en París el puesto de primer Compositor del Rey.

Francia también se rendirá a sus pies, siendo su ópera Guillermo Tell el mayor exponente de este éxito , introduciendo en esta etapa números de ballet en sus obras.

Tras abandonar Francia pasa por España y regresó a Italia, acompañado de Olimpia Péllisier, a quien y tras haberse distanciado de su mujer, Rossini había convertido en su amante. Tras la muerte de Isabella en 1845, Rossini contraerá matrimonio con Olimpia. Aquejado de mala salud, por decisión de su esposa, se trasladan nuevamente a Francia, donde fallece Rossini en 1869.




Rossini vivió una vida apasionada y apasionante, dedicado a regalar a su estómago todas aquellas viandas que habrían sido el sueño de un emperador romano. Con motivo de oír un concierto del endiablado violinista Paganini le escribió, según cuenta el novelista Edmond de Goncourt, que solo había llorado en su vida tres veces, la primera cuando le silbaron una ópera, la segunda cuando paseaba en barca por el lago de Garda dejó caer una cesta que contenía una pava trufada, y la tercera al oír tocar a Paganini. 

En París lleva una vida social y gastronómica, los derechos de autor y los ahorros que sabiamente supo administrar, gracias al banquero español Alejandro María Aguado, le hacen vivir con desahogo. Entre sus amistades se encontraba el hombre más rico de la épocael Barón Rotschild, el cual era tambiénfamoso por sus viñedos y bodegas de excelente calidad, lo cual no pasaba desapercibido para el compositor, quien aprovechaba toda ocasión para probar sus caldos. Según una anécdota graciosa, ocurrida en el año 2864 en el que el barón le envió una cesta de uvas de invernadero, a lo que Rossini le contestó: ¡Gracias! Su uva es excelente, pero no me gusta mucho el vino en pastillas. Inmediatamente el barón le envió un barrilito de su mejor vino, Chateau Laffite.

Gracias al Barón Rotschild, Rossini conoció a uno de los íconos de la cocina tradicional, el famoso Antoine Câreme, que era jefe de cocina del magnate y por el cual tuvo un gran respeto y cariño que fue mutuo, durante toda su vida. La admiración que sentían ambos llegó hasta el punto que en una ocasión Câreme le envió un faisán trufado con la lacónica nota: De Câreme a Rossini. A los pocos días el afamado cocinero recibió un libreto que contenía una pieza musical que llevaba por título: De Rossini a Câreme.

Tounedos a la Rossini, Canelones a la Rossini, huevos a la Rossini, filet mignon a la Rossini, arroz a la Rossini, tallarines a la Rossini, Salsa a la Rossini.., si seguiríamos buscando encontraríamos un sinfin de recetas...., a la Rossini.



Su afición, o mejor dicho, su devoción a la cocina y la buena mesa llegó hasta el punto que en aquellos tiempos hizo pensar a muchos de sus contemporáneos que su verdadera pasión no era la música, sino más bien la gastronomía. A él se le atribuyen frases tan conocidas como: El apetito es la batuta que dirige la gran orquesta de nuestras pasiones, Comer y amar, cantar y digerir, esos son a decir verdad, los cuatro actos de una ópera bufa que es la vida y que se desvanece como la espuma de una botella de champagne o La trufa es el Mozart de los champignones.

Respecto a los ya famosos tournedos a la Rossini (una de las preparaciones culinarias más conocidas) cuenta la historia de que una noche en que el compositor fue a cenar al restaurante parisino Café Anglais, del que era chef principal su gran amigo y admirador Adolfo Dugléré, Rossini propuso al cocinero que saliera al comedor, y que allí mismo, delante de los comensales, improvisara un plato nuevo.

Dugéré le respondió que él era de naturaleza más bien tímida y que no se sentiría a gusto ni trabajaría bien de ese modo, a lo que Rossini lo increpó: Pues bien, hágalo de espaldas al público. Al parecer, entre la maestría del chef y las ideas aportadas por el compositor, nacieron los famosos tournedos, que fueron bautizados inmediatamente con su nombre.

A partir de ese momento se multiplicaron las recetas a las que se asocia el apellido Rossini, casi siempre con la idea de que son creaciones directas del compositor, como huevos revueltos, poulardas, tortillas, supremas de ave, filetes de lenguado o pollo salteado. La mayoría llevan como componentes foie y trufas, dos productos que entusiasmaron al músico.

También existe un aliño de ensalada a la Rossini, cuya receta dicen que fue dictada por el propio compositor con estas instrucciones: Tomar aceite de Provenza, mostaza inglesa, vinagre francés, un poco de zumo de limón , pimienta y sal. Batirlo y mezclarlo todo. Echar después algunas trufas cortadas cuidadosamente en trozos menudos. Las trufas dan a este condimento una suerte de nimbo capaz de sumergir a un gourmand en el éxtasis.



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