El Café de Flore es un café brasserie, situado en el número 172 del Boulevard Saint Germain-des-Prés, en el V arrondissement de París, Francia. Fue fundado en la época de la Tercera República, probablemente en 1887. Debe su nombre a una pequeña estatua de la diosa Flora, hoy desaparecida, sobre cuyo emplazamiento no existe acuerdo.
Mucho antes de la Segunda Guerra Mundial esta zona de París ya empezaba a destacarse por su bullicio y su inquietud intelectual. Hubo un tiempo en que París fue la capital del mundo. Supuso el renacer de Francia después de la Primera Guerra Mundial. Los restaurantes y cafés de París, alma de la ciudad y lugar de encuentro de lo artistas y de la intelectualidad francesa. El desenfado del jazz y el desgarro de la nueva canción con el talento incomparable de Léo Ferré, Jacques Brel y Georges Brassens como embajadores de una poesía libertaria e intimista y una nueva manera de ver el arte y la vida. Surge el existencialismo que pronto se apodera de las calles y atrae todas las miradas hacia las caves de Saint Germain-des-Prés, donde Juliette Gréco interpreta con pasión los temas de los mejores autores de la época.
El bulevard Saint Germain con sus cafés al frente fue un lugar muy frecuentado por los escritores, desde Albert Camus hasta Julio Cortázar. Existió un lugar clave, un punto de encuentro donde uno se podía encontrar con con Salvador Dalí, con Pablo Picasso, sus amigos y su círculo de admiradores.
Situado en el intelectual barrio de Saint Germain-des-Prés, cuna del existencialismo, al atravesar su umbral se puede percibir un perfume que mezcla la filosofía y personalidad que se encargó de impregnar Simone de Beauvoir, eterna compañera de Jean Paul Sartre. Junto a lo que denominaban su familia, se criaron entre risas, cigarrillos y cafés, una de las corrientes filosóficas más importantes del siglo XX. El Café de Flore fue quizás el más mítico de todos los cafés de la década de los 50 en un París revolucionario y rebelde, aunque no fue el único.
Si los primeros asiduos conocidos del Café de Flore fueron intelectuales de extrema derecha, los personajes que le dieron fama pertenecían a ámbitos bien distintos. Durante la Primera Guerra Mundial, Guillaume Appollinaire recibía allí a sus amigos, entre ellos Max Jacob, Louis Aragon y André Breton, y la sala se convertía en el lugar favorito de los dadaístas y los surrealistas. En los años 30 la vida artística e intelectual de la capital todavía giraba en torno a los barrios de Montmartre y Montparnasse, pero ya se iba trasladando paulatinamente al barrio Saint Germain-des-Prés. El poeta Jacques Prévert y sus amigos del grupo octubre se reunían allí, al igual que Léon Paul Frague, Georges Bataille y Raymond Queneau. Los pintores y escultores no se quedaron atrás: era frecuente ver allí a Picasso, André Derain, Ossip Zadkine y los hermanos Giacometti.
Pero es a partir de 1939, fecha de su adquisición por Paul Boubal que el Café de Florese convertiría en el centro de la intelectualidad del margen izquierdo del Sena. Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir tenían mesa fija y atrajeron a buena parte del movimiento existencialista naciente. Curiosamente, durante la ocupación nazi los militares alemanes no frecuentaban el Flore. Sartre diría al respecto: Durante cuatro años los caminos del Flore fueron para mí los caminos de la libertad.
Después de la Segunda Guerra Mundial, Boris Vian anima el lugar. El café es el lugar predilecto de Ernest Hemingway, Truman Capote y Lawrence Durrell y también de renombrados miembros del Partido Comunista Francés, como Louis Aragon y Marguerite Duras. En un guiño hacia ellos, Paul Boubal crea entonces un partido ficticio del que todos sus clientes son socios, el Puilly Club de Francia, del nombre del vino blanco que más se servía.
En los años 60, los representantes más ilustres de la nouvelle vague y del mundo del cine toman el Flore. Le siguen los grandes diseñadores de moda y famosos del mundo de la canción. En los años 70 el Café de Flore ya es un mito y uno de los lugares imprescindibles de la capital, tanto para los franceses como para los extranjeros. Jim Morrison lo frecuentaba res semanas antes de su muerte. Sin embargo, los últimos años del siglo XX serán marcados por la afluencia de una clientela dorada y superficial, en palabras del nieto de Paul Boubal.
En el siglo XXI el Café de Flore conserva en buena medida ese aura de intelectualidad y modernidad artística desenfadada de corte burgués que le dieron su renombre y aun puede presumir de contar entre sus incondicionales a un buen número de famosos del mundo del celuloide, de la política y de la literatura internacional.
El serbio Miroslav Siljegovic, actual propietario del Café de Flore, desde 1983, creó en 1994 los premios de Flore, junto con su hija Carole. Cada septiembre, un jurado compuesto por periodistas premia a un autor prometedor. Los criterios de selección son la originalidad, la modernidad y la juventud. El autor premiado recibe, aparte de una recompensa económica, una copa de vino blanco Poully, a tomar en el Café de Flore, durante un año, en una copa grabada con su nombre.
La nueva Bohemia Existencialista, surgida y desarrollada en la ciudad luz, se convirtió en el foco cultural y social europeo. Fue un movimiento intelectual muy preocupado por la situación social y política que le tocó vivir. La intelectualidad y sus discusiones estaban abiertas a todo aquel que estaba dispuesto a escucharlas sentado junto a una taza de café, en cualquiera de los cafés en el corazón de París, pero la existencia de un café era vital para las discusiones existencialistas de un grupo de sabios, punto de encuentro en un París único: existencialista, humanista, izquierdista y rebelde. París de la Comuna y de mayo del 68.....nos vemos en el Café de Flore.
El bulevard Saint Germain con sus cafés al frente fue un lugar muy frecuentado por los escritores, desde Albert Camus hasta Julio Cortázar. Existió un lugar clave, un punto de encuentro donde uno se podía encontrar con con Salvador Dalí, con Pablo Picasso, sus amigos y su círculo de admiradores.
Situado en el intelectual barrio de Saint Germain-des-Prés, cuna del existencialismo, al atravesar su umbral se puede percibir un perfume que mezcla la filosofía y personalidad que se encargó de impregnar Simone de Beauvoir, eterna compañera de Jean Paul Sartre. Junto a lo que denominaban su familia, se criaron entre risas, cigarrillos y cafés, una de las corrientes filosóficas más importantes del siglo XX. El Café de Flore fue quizás el más mítico de todos los cafés de la década de los 50 en un París revolucionario y rebelde, aunque no fue el único.
Si los primeros asiduos conocidos del Café de Flore fueron intelectuales de extrema derecha, los personajes que le dieron fama pertenecían a ámbitos bien distintos. Durante la Primera Guerra Mundial, Guillaume Appollinaire recibía allí a sus amigos, entre ellos Max Jacob, Louis Aragon y André Breton, y la sala se convertía en el lugar favorito de los dadaístas y los surrealistas. En los años 30 la vida artística e intelectual de la capital todavía giraba en torno a los barrios de Montmartre y Montparnasse, pero ya se iba trasladando paulatinamente al barrio Saint Germain-des-Prés. El poeta Jacques Prévert y sus amigos del grupo octubre se reunían allí, al igual que Léon Paul Frague, Georges Bataille y Raymond Queneau. Los pintores y escultores no se quedaron atrás: era frecuente ver allí a Picasso, André Derain, Ossip Zadkine y los hermanos Giacometti.
Pero es a partir de 1939, fecha de su adquisición por Paul Boubal que el Café de Florese convertiría en el centro de la intelectualidad del margen izquierdo del Sena. Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir tenían mesa fija y atrajeron a buena parte del movimiento existencialista naciente. Curiosamente, durante la ocupación nazi los militares alemanes no frecuentaban el Flore. Sartre diría al respecto: Durante cuatro años los caminos del Flore fueron para mí los caminos de la libertad.
Después de la Segunda Guerra Mundial, Boris Vian anima el lugar. El café es el lugar predilecto de Ernest Hemingway, Truman Capote y Lawrence Durrell y también de renombrados miembros del Partido Comunista Francés, como Louis Aragon y Marguerite Duras. En un guiño hacia ellos, Paul Boubal crea entonces un partido ficticio del que todos sus clientes son socios, el Puilly Club de Francia, del nombre del vino blanco que más se servía.
En los años 60, los representantes más ilustres de la nouvelle vague y del mundo del cine toman el Flore. Le siguen los grandes diseñadores de moda y famosos del mundo de la canción. En los años 70 el Café de Flore ya es un mito y uno de los lugares imprescindibles de la capital, tanto para los franceses como para los extranjeros. Jim Morrison lo frecuentaba res semanas antes de su muerte. Sin embargo, los últimos años del siglo XX serán marcados por la afluencia de una clientela dorada y superficial, en palabras del nieto de Paul Boubal.
En el siglo XXI el Café de Flore conserva en buena medida ese aura de intelectualidad y modernidad artística desenfadada de corte burgués que le dieron su renombre y aun puede presumir de contar entre sus incondicionales a un buen número de famosos del mundo del celuloide, de la política y de la literatura internacional.
El serbio Miroslav Siljegovic, actual propietario del Café de Flore, desde 1983, creó en 1994 los premios de Flore, junto con su hija Carole. Cada septiembre, un jurado compuesto por periodistas premia a un autor prometedor. Los criterios de selección son la originalidad, la modernidad y la juventud. El autor premiado recibe, aparte de una recompensa económica, una copa de vino blanco Poully, a tomar en el Café de Flore, durante un año, en una copa grabada con su nombre.
La nueva Bohemia Existencialista, surgida y desarrollada en la ciudad luz, se convirtió en el foco cultural y social europeo. Fue un movimiento intelectual muy preocupado por la situación social y política que le tocó vivir. La intelectualidad y sus discusiones estaban abiertas a todo aquel que estaba dispuesto a escucharlas sentado junto a una taza de café, en cualquiera de los cafés en el corazón de París, pero la existencia de un café era vital para las discusiones existencialistas de un grupo de sabios, punto de encuentro en un París único: existencialista, humanista, izquierdista y rebelde. París de la Comuna y de mayo del 68.....nos vemos en el Café de Flore.
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